Castillo de los Fajardo. Vélez Blanco

 

Castillo de los Fajardo 

Vélez Blanco


En la Sierra María de Almería se encuentra Vélez-Blanco, un pueblo inconfundible. Antes de entrar, observa: te encuentras en medio de un espacio natural protegido. Desde aquí es fácil vislumbrar águilas reales y buitres leonados planeando por la sierra. Ahora sí. Dentro del pueblo; calles cuidadas, edificios históricos y casas con rejas con todo lujo de ornamentos. Se nota que a los habitantes de Vélez-Blanco les gusta tener su hogar bien presentado para las visitas.

¿Pero, qué lo hace inconfundible? Sin duda, el castillo que lo corona, también conocido como Castillo de los Fajardo. Ésta impresionante construcción se edificó en el siglo XVI, entre 1506 y 1515, por orden de don Pedro Fajardo y Chacón, primer marqués de los Vélez. La fortaleza se emplazó sobre una vieja alcazaba musulmana. Sin embargo, nunca hubo enemigos de los que defenderse. La unidad peninsular ya había concluido y no hubo ninguna rebelión morisca.

 




Si tienes afición por la arquitectura, te interesará saber que el castillo fue construido entre el estilo gótico y el renacentista. Por fuera, su aspecto es el de una fortaleza militar, de base hexagonal, erigida sobre la roca viva. Por dentro, y por este motivo se le define como un castillo-palacio, el patio interior y los salones nobles hacen gala del estilo del primer Renacimiento español, aunque el patio es irregular y su entrada es lateral, algo característico de las construcciones musulmanas.

El castillo cuenta con su propia historia de amor y ansias de poder. El marqués, decidido a darle fuerza a su título nobiliario, contrajo matrimonio en segundas nupcias con doña Mencía de la Cueva, del linaje de los Duques del Infantado. En la fachada del castillo se puede apreciar la alternancia entre los escudos de ambas familias.




 

En el castillo también se pueden visitar los dos salones nobles, el del Triunfo y el de la Mitología. Sin embargo, para ver la totalidad de la construcción hay que dar unos cuantos pasos más. Miles de kilómetros más en realidad, pues el patio interior reconstruido se encuentra en el Museo Metropolitano de Nueva York.

CRISIS, FRONTERA Y RECUPERACIÓN

Uno de los episodios más tristes en la historia del abandono y pérdida del patrimonio artístico español ha sido el protagonizado por el castillo del marqués de los Vélez, palacio de principios del siglo XVI que es considerado uno de los primeros y más bellos ejemplos de la arquitectura renacentista española y cuya construcción todavía se eleva majestuosa sobre la localidad de Vélez Blanco.

Con el fin de convertir a Vélez Blanco en el centro administrativo y de gobierno de sus dominios, Fajardo erigió sobre la antigua alcazaba musulmana un fabuloso palacio fortificado. Este, fue concebido como un Templo de la Fama, es decir, un medio de manifestación de los valores culturales y de ensalzamiento del poder y de los triunfos bélicos de su mecenas.

Empapado de estilo “a la antigua”, el palacio contó con un refinado patio renacentista y ricos salones nobles embellecidos por artesonados y frisos de madera tallada, azulejos, tapices, elementos escultóricos y suntuosos muebles.

A lo largo del siglo XVI, el castillo fue habitado de forma intermitente por los tres primeros marqueses. Durante los siglos XVII y XVIII los herederos se fueran distanciando del palacio. El desuso y el paulatino abandono dieron lugar a un progresivo deterioro y al traslado o venta de muchos de los bienes que albergaba. A comienzos del siglo XX la situación del castillo era lamentable. Al abandono se sumaron los continuos saqueos y la ocupación del edificio.

En 1903, el marchante francés J. Goldberg compró a los duques de Medina Sidonia, los por entonces propietarios del palacio velezano, los frisos de madera de dos de los salones nobles: la Sala del Triunfo (de César) y la sala de los Trabajos de Hércules. Ese año, los frisos fueron vendidos por Goldberg a Émilie Peyre quien los legó al Musée des Arts Décoratifs de París. En 1992, estos fueron descubiertos accidentalmente en los antiguos depósitos del museo. Son un total de diez piezas talladas de madera. Tres de los cuatro frisos de los Trabajos de Hércules continúan expuestos en el museo de París mientras cuatro de los seis frisos de los Triunfos de César se exhiben desde 2007 en el Musée Goya de Castres. Existe un fragmento de friso adicional que Monique Blanc, conservadora y especialista en estas tallas, cree que pudiera pertenecer a un undécimo friso dedicado al juicio de Paris.




La adquisición de Goldberg no finalizó ahí. En 1904 compró el conjunto de arcos, columnas, marcos de puertas y ventanas esculpidas en mármol blanco de Macael que conformaban el patio y otras tallas, entre las que se encontraba un artesonado de los salones nobles. Las piezas fueron transportadas vía marítima a Marsella y después a París. En 1913, George Blumenthal, coleccionista de arte, compró dichas piezas para ser instaladas en la nueva casa que estaba construyendo en Manhattan. En ese momento, la arquitectura renacentista estaba de moda en Nueva York y era frecuente la adquisición de obras de arte procedentes de Europa.

Con la muerte de Blumenthal en 1941 y siguiendo su expreso deseo, su vasta colección es donada al Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET), institución de la que fue presidente entre los años 1934 y 1941

Desde 1945, permanecieron cuidadosamente embalados en los almacenes del MET hasta que en 1958 su director, James Rorimer, encargó a Olga Raggio, historiadora y conservadora del departamento de escultura europea y artes decorativas, la tarea de reconstruir el conjunto en uno de los espacios de la nueva ampliación del museo. Finalmente, el patio fue inaugurado en 1964.

 


Mientras tanto, en Vélez Blanco, al despojo acaecido en el castillo a principios del siglo XX le sucedieron más de seis décadas de desolación y abandono. Si bien el cascarón pétreo  consiguió resistir el paso del tiempo, el vaciado de los elementos del patio y el desmontaje de los artesonados provocaron que el interior se convirtiera en un paraje de escombros y muros semiderruidos. A pesar de la insistencia de las autoridades e intelectuales locales, las tareas de restauración no llegarán hasta 1965.

Podemos distinguir dos etapas de intervenciones. En primer lugar, las acometidas por los arquitectos Francisco Prieto-Moreno y Pardo y posteriormente por su hijo Joaquín Prieto-Moreno Ramírez durante la década de los sesenta y setenta; y, en segundo término, las dirigidas por Juan Antonio Molina Serrano y Juan Antonio Sánchez Morales en la década de los ochenta y noventa.




Las intervenciones de los Prieto-Moreno, consiguieron frenar el deterioro del conjunto, habilitar el acceso por la puerta principal y reconstruir en gran medida la identidad espacial y el esquema de circulación primitivo.

Los arquitectos Molina y Sánchez ejecutaron las actuaciones de mayor entidad realizadas hasta la fecha. Las obras permitieron la visita a casi la totalidad de las estancias del edificio y la celebración de actos públicos. Se recuperó el volumen original del patio y la reconstrucción de las estancias del cuerpo de ventanas.

El proyecto, que pretendía reconstruir el patio con una nueva versión, no llegó a ser ejecutado. Sí se recuperó en 1999 la cornisa del conjunto.

Tras esta intervención, las actuaciones de restauración se paralizaron casi una década. Sin embargo, durante esos años creció entre las administraciones y la ciudadanía el firme convencimiento de que era vital y prioritario acometer la reconstrucción del patio del castillo para recuperar la memoria histórico–artística del palacio y para impulsar el desarrollo económico de la comarca.

Por fin, el 15 de abril de 2015, se firmaba el convenio de colaboración entre la Junta de Andalucía, el ayuntamiento de Vélez Blanco, el Centro Tecnológico Andaluz de la Piedra y la Asociación de Empresarios del Mármol de Andalucía, para la reconstrucción del patio de honor.

Antes de encargar la redacción del proyecto de reconstrucción, era necesario y realizar una serie de estudios técnicos e investigaciones previas.

Ante nosotros un futuro esperanzador e ilusionante en el que será clave seguir apostando por la recuperación de la memoria y también de la imagen de riqueza y suntuosidad que el castillo de Vélez Blanco tuvo originariamente, pues solo así será posible.




 

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